Me dolieron tantas cosas que creí poder olvidarme del dolor, que algún día pasaría, que algún día me olvidaría, que algún día ya no estaría.
Lo que no sabía es que cuando empezaba a olvidarme que lo tenía, aparecía otra vez el dolor en mi pecho, la lágrima rodando por mi mejilla y el nudo en la garganta que me hacía volver a recordar la agonía.
Porque el dolor nunca se va, simplemente te acostumbras a sentirlo que pareciera que ya no está, hasta que algo te lo recuerda, hasta que algo te dice que siempre va a estar ahí.
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